Martin
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En agosto de 1955, en el castillo de Cerisy-La-Salle (transformado en Hogar cultural internacional), durante las conversaciones sobre el tema ¿Qué es la filosofía?, presididas por Heidegger, las personalidades y estudiantes presentes querían oír definir la filosofía heideggeriana por el propio maestro. Heidegger dijo entonces: “No hay filosofía heideggeriana; y aun si existiese, yo no me intereso por esta filosofía, sino únicamente por el tema donde permanece centrado todo pensamiento” [i]. La Filosofía está hoy en boca de todos. Se ha instalado en las escuelas y Universidades: se hace enseñar a aquellos que, a su vez, la enseñarán, formando así parte de tareas altamente (y bajamente) pedagógicas. Se considera que la historia general de la filosofía y la filosofía general (metafísica), lógica y psicología, sociología, moral y estética constituyen su cuerpo. La filosofía .se , encuentra igualmente acaparada por la Iglesia católica y el partido comunista. Penetra en la literatura, el teatro, el cine, y el periodismo se apodera de ella más que ella de él. Se la defiende y se la critica con la misma ligereza, profundamente indiferente al fondo del problema. Pero todo esto, todo este movimiento de ideas, toda esta erudición, toda esta actividad y agitación ideológica, ¿es acaso filosofía? Y ¿qué es filosofía? Desde el Renacimiento, y sobre todo desde el advenimiento cartesiano de la subjetividad, nos esforzamos por referirlo todo al sujeto humano, fundamento de la subjetividad y de la objetividad. Así se desarrolla un humanismo cuyos derechos reivindican todos los movimientos, sin saber en qué se basa (o no se basa) y qué implica (pensando con consecuencia). Cristianismo progresista, marxismo, ortodoxo y heterodoxo, y existencialismo sartriano u otro, pretenden ser humanismos. ¿Qué es, sin embargo, el humanismo, y qué es el ser del hombre?
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La filosofía tiene un origen, se despliega en la historia, y hay una historia de la filosofía. Según Heidegger no habría filosofía egipcia, india, china, bantú, etc. El origen de la filosofía, es decir, de la metafísica, constituye la esencia íntima de nuestra historia occidental-europea: greco-romana, judeo-cristiana, europea y moderna. “La palabra filosofía habla griego”, y el nombre aclara el sentido de la cosa. Pero, aun en Grecia, la filosofía no nace sino en un gran momento; Sócrates, y sobre todo Platón, dan este paso decisivo, preparado por la sofística. La filosofía es, en adelante, una forma privilegiada de lenguaje, “una correspondencia que lleva al lenguaje el llamado del ser del ente” (Ph.) Los primeros pensadores helenos, los llamados presocráticos, Heráclito y Parménides en primer término, no eran “todavía” filósofos. Estaban aún de acuerdo con el logos, con el Todo-Uno, con la unidad de la totalidad. La filosofía se constituye, luego, por la tensión nostálgica hacia el ser de lo que es. La esencia, originariamente griega de la filosofía, se deja dominar y gobernar más adelante por representaciones recogidas del cristianismo. Sin embargo, no se puede afirmar que la filosofía se vuelva, por consiguiente, cristiana: cuestión de la fe en la revelación y sumisión a la autoridad de la Iglesia. A partir de Descartes, la filosofía es guiada por una disposición completamente distinta: centrada en la Subjetividad, aspira a ser certeza racional. Sin embargo, , el ego, el verdadero ente, el sujeto (objetivo), permanece centrado en el ser de todo lo que es, pero procura conquistarlo. La filosofía moderna, con Descartes y Pascal, Leibniz y Kant, Schelling y Hegel, no deja de ser esta correspondencia que lleva al lenguaje el llamado del ser de todo cuanto es, buscando el fundamento en la subjetividad y olvidando la verdad del Ser que “es” distinto de todo ente. Parece que la metafísica se consuma con Hegel, cuyo sistema constituye el fin de un período del pensamiento. En la Fenomenología del espíritu, Hegel mismo pedía algo imposible: que la filosofía abandonara el nombre de “amor a la sabiduría”, lo cual es muy posible, para transformarse en la sabiduría misma en forma de saber absoluto del sujeto absoluto. Al tener la filosofía un origen, ¿tendrá, pues, un fin? ¿Habrán dejado de ser filósofos Marx y Nietzsche? ¿Habrían salido ya de de los caminos de la filosofía moderna? Al pensar Marx en la alienación del hombre y Nietzsche en la voluntad de poder, ¿no permanecen tributarios de la metafísica de la que han partido? Lejos de aportar respuestas dogmáticas a estas preguntas que nos conciernen, y en las que está implicado nuestro destino, Heidegger trata de preguntar a la filosofía, que se ha vuelto problemática. Suscita interrogaciones, abre la discusión. El camino que trata de recorrer es, como dice él mismo, muy penoso, y se extravía en los bosques. Recorriendo el camino de la tradición de la filosofía, tratando de hacerla hablante, entrando en diálogo con los grandes pensadores, Heidegger termina a menudo en el silencio del recogimiento. Pero pide que otros indiquen caminos mejores y más fáciles, que conduzcan a alguna parte, y hablen para decir algo, remontando lejos y yendo lejos. El silencio, mudo, las objeciones académicas, la ironía del desengaño, o el heideggerianismo verboso y hueco y el comentario estéril no se extravían porque no están en marcha.
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Heidegger recuerda sin cesar el hecho de que en El ser y el tiempo (1927 ), él fue el primero que intentó formular la pregunta concerniente al sentido a la verdad del Ser en tanto que Ser y no del ser de todo lo que es de la totalidad del ser. Trata de escrutar este enigma por medio del pensamiento y de ningún modo quiere edificar un sistema filosófico, una metafísica de la totalidad, una visión del mundo. Esta tentativa de interrogación no se emprende tampoco para alcanzar una solución firme, una respuesta fija a la pregunta que luego se metería uno en el bolsillo. El Ser -caído en el olvido- no puede ser encontrado, como un objeto perdido, por un sujeto que sería su propietario. Para que el horizonte del Ser se descubra, es necesario partir de una comprensión del ser del hombre; sin embargo, el ser humano no funda la verdad del Ser, la apertura del Mundo, aunque la esencia del hombre pertenezca a la esencia del Ser mismo. Todas las definiciones del hombre como animal racional, como ser biológico, psicológico y espiritual, como persona, como existencia (en el sentido de realidad humana fundada en sí misma) no logran situar el ser del hombre en la dimensión de la verdad del Ser; de esa manera, el humanismo no alcanza a ubicar a bastante altura la grandeza esencial de la humanidad del hombre. El hombre no es el amo de todo lo que es; no es el “sujeto” de lo que es, el depositario de la potencia del Ser, aquel que disuelve a lo que es en “la objetividad”: “El hombre es el pastor del Ser”, el guardián del destino del Ser, aquel a quien se destina su iluminación para que encuentre una permanencia luminosa. Al mismo tiempo, como lo indica Heidegger en Holzwege (esos caminos que no conducen a ninguna parte), cuando afirma que los dos son lo mismo, el hombre “sigue siendo lugarteniente (Platghalter) de la Nada ( Gallimard, 1962, p. 284) . Heidegger no es existencialista y no elabora una filosofía de la existencia. Caracterizar su pensamiento como “ontología fundamental” no sería tampoco adecuado, puesto que no hay “ontología” sistemática en Heidegger y él interroga continuamente el fundamento. La descripción “fenomenológica” del ser del hombre está orientada hacia lo que funda y excede el ser humano: la apertura del Mundo, la luz del Ser. Existencia del hombre ( y sólo el hombre existe) significa: lo que se presenta en la iluminación del Ser. En la existencia extática -experimentada como cuidado, como angustia, pero no únicamente como cuidado y angustia- es el Ser mismo que destina al hombre a la existencia y la reivindica. La existencia sólo es en la presencia de la revelación del Ser, la existencia constituye la motivación de lo que el hombre es en el destino de la verdad. El Ser, pues, no se reduce o no se deja reducir al ser humano. Sin embargo: “No hay Ser sino en tanto que la existencia es” (L. H.) El “humanismo” pone al hombre como sujeto frente al ente, considerado como objeto, y es así que el hombre quiere, por su razón y su acción, transformarse en “amo de todo lo que es”. El pensamiento y la técnica quedan, así, sin fundamento, la verdad del Ser se desvanece, el Ser cae en el olvido (olvido consumado y olvidado) y el Mundo como abertura permanece mudo y privado de sentido. Al decir Sartre: “nosotros estamos precisamente en un plano donde hay solamente hombres” (L’existencialisme est un humanisme, Nagel, 1946), responde Heidegger: “nosotros estamos precisamente en un plano donde existe principalmente el Ser” (L. H.). El pensamiento está comprometido en la correspondencia al llamado del Ser. Y también respondiendo a Sartre, escribe Heidegger en la Carta sobre el humanismo: “El pensamiento no es sólo el compromiso en la acción para -y por- el-ente en el sentido de la realidad de la situación presente. El pensamiento es el compromiso por -y para- la verdad del Ser, este Ser cuya historia no está jamás concluida, sino siempre en espera. La historia del Ser soporta y determina toda condición y situación humana.”
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Heidegger no aspira sino a preparar el camino del pensamiento por venir. “El pensamiento venidero -escribe a Jean Beaufret- no será ya filosofía porque pensará más originalmente que la metafísica, siendo esta palabra sinónimo de filosofía”. Sin erigirse en sabiduría, que pretende poseer el saber absoluto, sin identificarse con la poesía -pues el pensamiento y la poesía, aunque sean parientes próximos “residen en los montes más separados”, según la frase de Hölderlin- el pensamiento futuro no será tampoco puramente teórico o simplemente práctico: será un hacer, un decir, que haga acceder al lenguaje la llegada de la verdad del Ser, verdad olvidada y que consuma su olvido en el nihilismo ( sin que eso signifique que el olvido del Ser se deba, hasta entonces, a una pura y simple negligencia del pensamiento humano). El pensamiento del porvenir no será el rival de las ciencias particulares y no versará sobre un profetismo religioso o de otro género: sobrio y multidimensional, atento a lo que lo interpela, tratará de pensar el Ser inseparable de la Nada; pues no sólo olvidamos al Ser, sino que tampoco nos atrevemos a enfrentar a la Nada: velo del Ser, si no el Ser mismo, que el nihilismo transforma en Nada. Para que pueda desplegarse el pensamiento que prepara el porvenir, es necesario hacer menos filosofía y tratar de pensar, hacer menos literatura y poner más cuidado en las palabras. El rigor de la meditación, el cuidado conferido al lenguaje, el ahorro en el vocabulario se mantienen a igual distancia de la exangüe erudición histórico-filosófica y de la charlatanería ontológica. El pensamiento venidero -si alguna vez viene- deberá ser profundamente histórico -es decir, historial (geschichtlich) y no sólo historizante e historicista (historisch)-, abrirse en el sentido de la fundación de nuestra suerte y atreverse a mantener abierto el sentido de la pregunta, preguntando todo lo que es en vistas a su verdad, interrogando lo que la pone en tela de juicio. [ii] El destino mundial convierte hoy a todos los hombres en apátridas. Marx ha reconocido genialmente ciertas dimensiones esenciales de la alienación humana, piensa Heidegger. “La visión marxista de la Historia excede en mucho cualquier otra historiografía”, escribe (L. H.). La esencia del materialismo reside en la técnica y el trabajo, en la determinación que hace de todo lo que es un material de trabajo. La técnica es una forma de la verdad, pero reposa en el olvido del Ser. El comunismo, lejos de ser una simple concepción del mundo o un simple partido, expresa potencias elementales de la historia del mundo. El pensamiento venidero no podrá, pues, dejar de pensar en el comunismo y el marxismo y asumir su verdad: al llegar, ante todo, “a esta dimensión en la que sólo es posible un diálogo productivo y fructuoso con el marxismo” (L. H.). Y Heidegger lamenta no ver a Sartre comprometerse en este diálogo [iii]. Heidegger marcha hacia la muerte. Desde 1927 ocupa el primer plano de la escena filosófica (siguiendo así el cliché habitual); en esta escena, sin embargo, no deja de desarrollarse un extraño espectáculo. Luego de la consumación de la obra de Hegel, después de Marx, Kierkegaard y Nietzsche, Heidegger pone en tela de juicio al mundo y a la filosofía. Profesor de filosofía y pensador de genio, profético y filisteo, dotado de gran fuerza poética y profundamente humilde, prosigue su esfuerzo. Alrededor de él se anudan y desanudan intrigas. Pero él trata de pensar sabiendo que para un pensamiento es un don supremo -y no un infortunio- quebrarse ante la dureza de su tema y fracasar. Pues sólo un pensamiento pensante y hablante puede fracasar verdaderamente. Heidegger se adhiere, por algunos meses, al creciente nacionalsocialismo; se separa en seguida del nazismo, renuncia a su puesto de rector en la Universidad de Friburg im Brisjan y vive largos años sin poder publicar. Como todo hombre, tiene su grandeza y su miseria, grandeza y miseria entendidas aquí en el sentido (aun idealista) de Pascal, para quien la grandeza del hombre es el pensamiento. Heidegger se ha equivocado un instante y ha tenido que pagarlo. En un tiempo en que todo el mundo es tan hábil para hacer su autocrítica demasiado tarde, con el fin de ponerse en la fila de los vencedores y aullar con los lobos, en que todos reconocemos tantos especialistas en continuos cambios repentinos, ¿de que lado situar su rechazo a autocriticarse y el silencio en el que asume lo que tiene que asumir? ¿Del lado de la grandeza o del lado de la miseria? Cuando la Alemania del Oeste se americaniza enteramente después de la segunda guerra mundial, Heidegger ha rechazado con dignidad todo aquello que podría mercantilizarlo. Y sólo en sus escritos ha dejado hablar a los hechos; pero ¿no se sabe o no se quiere leer? Durante algunos meses, Heidegger fue nacional-socialista, publicó textos y pronunció discursos nazis. Es un hecho. ¿No sabía lo que hacía? No se trata de abrumarlo, perdonarlo o justificarlo, y no debemos eludir la cuestión. Le faltaba y le falta un casillero: el casillero político. Para inaugurar una crítica productiva de sus peripecias políticas, sería necesario afinar la puntería, primero en un campo limitado, e inmediatamente en uno más amplio: relacionando obra y vida, teoría y práctica, reacción y progreso, haciendo surgir los acuerdos y los desacuerdos. A menudo se quiere insinuar que fue antisemita, sin aportar una sola prueba que lo confirme. ¿Es antisemitismo disociarse del antisemitismo oficial que comenzaba a manifestarse “pacíficamente”? ¿Se trataría de un antisemitismo teórico? Pero entonces, ¿por qué no se lee lo que dice sobre el profetismo bíblico y judío, forma de presencia de la plenitud de lo divino?. [iv] En un mundo sacudido en sus fundamentos, donde se enfrentan hombres llenos de pasión fría, un pensamiento de gran dignidad merecería ser escuchado. Es, sin embargo, natural que suscite polémicas y envidia. Se quiere prescindir de él. El ser es inseparable del tiempo -porque es el Tiempo, y el tiempo “es” el Ser- y el tiempo hará estallar -aunque sea en plena noche- nuevas claridades. En 1955 pasaba yo las vacaciones de Navidad con Heidegger en la Selva Negra. Nos paseábamos largamente por la nieve y discutíamos, a la tarde, en su pequeño chalet. El último día le formulaba yo una serie de preguntas acerca de aquello que podría continuar su pensamiento superándolo, superando, al mismo tiempo, la filosofía tradicional. Y, cosa única, vi a un hombre, a un gran pensador, elevarse; por encima de su propio pensamiento y dar una lección suprema de profunda humildad, llevar hasta el lenguaje el fracaso que corona toda empresa humana, y también su propia tentativa, indican lo que podría asumirla para excederla, al exigir que se termine de charlar sobre el Ser. Hasta entonces, yo no había encontrado más que profesores que querían siempre tener razón o imponer -aunque democráticamente, es verdad- su pequeño punto de vista, esquivando toda discusión peligrosa, impidiendo que se manifestara lo que no les convenía. En lugar de eso, me sentí cautivado por una conversación con un hombre ya viejo, que le pedía a un joven que no lo repitiera, sino que tratara de pensar en la dimensión de la verdad del Ser, del horizonte del Tiempo y de la apertura del Mundo, abriéndose plenamente a la técnica y al porvenir; era un hombre que pedía el abandono del empleo del lenguaje heideggeriano, un pensador que se esforzaba por ver las tareas de un pensamiento futuro. Era un pensador y un hombre que daba indicaciones en vista de lo que debe ir más lejos que él, alguien que sabía mucho sobre el destino que liga con lazos indisolubles la verdad y la errancia, la luz y las tinieblas, la presencia y la ausencia, lo que se llama éxito y lo que se llama fracaso, y que daba indicaciones, que se le escapaban a él mismo, para una experiencia del ser-nada y del todo-nada en tanto juego. Kostas Axelos
[i] Cf. M. Heidegger, Qu’est-ce que la philosophie? (conferencia de Cerisy), traducido y anotado por Kostas Axelos y Jean Beaufret, Gallimard, 1957, y Lettre sur l’humanisme (carta a Jean Beaufret), texto alemán, traducido y presentado por Roger Munier, Aubier, 1957. Este texto se refiere principalmente a esos dos escritos de Heidegger; abreviaturas: Ph. y L. H. [ii] Parece que el pensamiento futuro debe romper con el concepto tradicional de la verdad y de el error, concepto que no logra meditar su vínculo y superar el formalismo y las construcciones dialécticas. Aunque comprende en forma un poco “negativa” la errancia, Heidegger insiste muchas veces en la necesidad de un pensamiento pensante de la historicidad del destino del astro errante. En Cerisy concluyó la primera jornada de discusiones sobre esta frase de Braque: “Las pruebas fatigan a la verdad”. Tras una semana de debates, al fin de las jornadas, concedió la palabra una vez más a Braque: “Pensar y razonar son dos cosas”, fueron las últimas palabras de un pensador que citó como testimonio a un pintor ante una asamblea de profesores, intelectuales y estudiantes. Habría podido igualmente citar una tercera frase de Braque, una frase que dice: “El error no es lo contrario de la verdad”. [iii] Sobre Marx y Heidegger, cf., la discusión entre Henri Lefebvre, Jean Beaufret, Kostas Axelos y François Chatelet, publicada, con cortes, en France-Observateur (N° 473, 28 de mayo de 1959). He redactado, en alemán, un estudio bastante extenso sobre el mismo tema, pero las ortodoxias heideggerianas, marxistas y progresistas, impidieron que los editores alemanes lo acogieran. Las diversas oposiciones y resistencias no duraron más que un tiempo, sin embargo. Se acerca la hora en que absolutamente todo irrumpirá en el mercado mundial de lo expreso y lo impreso; bajo todas las formas. ¿No habrá ya entonces ninguna prohibición? -Ver también Jean Beaufret, Dialogue avec Heidegger (Editions de Minuit, colección “Arguments”, por aparecer). [iv] Cf. Lettre à, un jeune étudiant. En Essais et conférences, Gallimard, 1958, p. 220. |
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