UN
LADRÓN EN LA NOCHE
Ahora los días se sucedían
lentos y aburridos. Muchos de los enanos pasaban el tiempo apilando y
clasificando el tesoro; y ahora Thorin hablaba de la Piedra del Arca de Thrain,
y mandaba ansiosamente que la buscasen por todos los rincones.
—Pues la Piedra del Arca de mi
padre —decía— vale más que un río de oro, y para mí no tiene precio. De
todo el tesoro esa piedra la reclamo para mí, y me vengaré de aquél que la
encuentre y la retenga.
Bilbo oyó estas palabras y se
asustó, preguntándose qué ocurriría si encontraban la piedra, envuelta en un
viejo hatillo de trapos harapientos que le servia de almohada. De todos modos
nada dijo, pues mientras el cansancio de los días se hacía cada vez mayor, los
principios de un plan se le iban ordenando en la cabecita.
Las cosas siguieron así por algún
tiempo hasta que los cuervos trajeron nuevas de que Dain y más de quinientos
enanos, apresurándose desde las Colinas de Hierro, estaban a unos dos días de
camino de Valle, viniendo del nordeste.
—Más no alcanzarán indemnes
la Montana —dijo Roác—, y mucho me temo que habrá batalla en el valle. No
creo que convenga esa decisión. Aunque son gente ruda, no están preparados
para vencer a la hueste que os acosa; y aunque así fuera, ¿qué ganaríais? El
invierno y las nieves se dan prisa tras ellos. ¿Cómo os alimentaréis sin la
amistad y hospitalidad de las tierras de alrededor? El tesoro puede ser vuestra
perdición, ¡aunque el dragón ya no esté!
Pero Thorin no se inmutó. —La
mordedura del invierno y las nieves la sentirán tanto los hombres como los
elfos —dijo—, y es posible que no soporten quedarse en estas tierras baldías.
Con mis amigos detrás y el invierno encima, quizá tengan una disposición de
ánimo más flexible para parlamentar.
Esa noche Bilbo tomó una decisión.
El cielo estaba negro y sin luna. Tan pronto como cayeron las tinieblas, fue
hasta el rincón de una cámara interior junto a la entrada, y sacó una cuerda
del hatillo, y también la Piedra del Arca envuelta en un harapo. Luego trepó
al parapeto. Sólo Bombur estaba allí de guardia, pues los enanos vigilaban
turnándose de uno en uno.
—¡Qué frío horroroso!
—dijo Bombur—. ¡Desearía tener una buena hoguera aquí arriba como la que
ellos tienen en el campamento!
—Dentro hace bastante calor
—dijo Bilbo.
—Lo creo; pero no puedo
moverme de aquí hasta la medianoche —gruñó el enano gordo— Un verdadero
fastidio. No es que me atreva a disentir de Thorin, cuya barba crezca muchos años;
aunque siempre fue un enano bastante tieso.
—No tan tieso como mis piernas
—dijo Bilbo—. Estoy cansado de escaleras y de pasadizos de piedra. Daría
cualquier cosa por poner los pies en el pasto.
—Yo daría cualquier cosa por
echarme un trago de algo fuerte a la garganta, ¡y por una cama blanda después
de una buena cena!
—No puedo darte eso, mientras
dure el sitio. Pero ya hace tiempo que fue mi turno de guardia, de modo que si
quieres, puedo reemplazarte. No tengo sueño esta noche.
—Eres una buena persona, señor
Bolsón, y aceptaré con gusto tu ofrecimiento. Si ocurre algo grave, llámame
primero, ¡acuérdate! Dormiré en la cámara interior de la izquierda, no muy
lejos.
—¡Lárgate! —dijo Bilbo—.
Te despertaré a medianoche, para que puedas despertar al siguiente vigía.
Tan pronto como Bombur se hubo ido, Bilbo se puso el anillo, se ató la
cuerda, se deslizó parapeto abajo, y desapareció. Tenía unas cinco horas por
delante. Bombur dormiría (podía dormirse en cualquier momento, y desde la
aventura en el bosque estaba siempre tratando de recuperar aquellos hermosos sueños);
y todos los demás estaban ocupados con Thorin. Era poco probable que uno de
ellos, aun Fíli o Kili, se acercase al parapeto hasta que les llegase el turno.
Estaba muy oscuro, y al cabo de un rato, cuando abandonó la senda nueva
y descendió hacia el curso inferior del arroyo, ya no reconoció el camino. Al
fin llegó al recodo, y si quería alcanzar el campamento tenia que cruzar el
agua. El lecho del río era allí poco profundo pero bastante ancho, y vadearlo
en la oscuridad no fue nada fácil para el pequeño hobbit. Cuando estaba casi a
punto de cruzarlo, perdió pie sobre una piedra redonda y cayó chapoteando en
el agua fría. Apenas había alcanzado la orilla opuesta, tiritando y
farfullando, cuando en la oscuridad aparecieron unos elfos, llevando linternas
resplandecientes, en busca de la causa del ruido.
—¡Eso no fue un pez! —dijo uno—. Hay un espía por aquí. ¡Ocultad
vuestras luces! Le ayudarían más a él que a nosotros, si se trata de esa
criatura pequeña y extraña que según se dice es el criado de los enanos.
—¡Criado, de veras! —bufó Bilbo; y en medio del bufido estornudó
con fuerza, y los elfos se agruparon en seguida y fueron hacia el sonido.
—¡Encended una luz! —dijo Bilbo—. ¡Estoy aquí si me buscáis!
—y se sacó el anillo, y asomó detrás de una roca.
Pronto se le echaron encima, a pesar de que estaban muy sorprendidos. —¿Quién
eres? ¿Eres el hobbit de los enanos? ¿Qué haces? ¿Cómo pudiste llegar tan
lejos con nuestros centinelas? —preguntaron uno tras otro, —Soy el señor
Bilbo Bolsón —respondió el hobbit—,compañero de Thorin, si deseáis
saberlo. Conozco de vista a vuestro rey, aunque quizá él no me reconozca. Pero
Bardo me recordará y es a Bardo en especial a quien quisiera ver.
—¡No digas! —exclamaron—, ¿y qué asunto te trae por aquí?
—Lo que sea, sólo a mí me incumbe, mis buenos elfos. Pero si deseáis
salir de este lugar frío y sombrío y regresar a vuestros bosques —respondió
estremeciéndose—, llevadme en seguida a un buen fuego donde pueda secarme, y
luego dejadme hablar con vuestros jefes lo más pronto posible. Tengo sólo una
o dos horas.
Fue así como unas dos horas después de cruzar la Puerta, Bilbo estaba
sentado al calor de una hoguera delante de una tienda grande, y allí, también
sentados, observándolo con curiosidad, estaban el Rey Elfo y Bardo. Un hobbit
en armadura élfica, arropado en parte con una vieja manta, era algo nuevo para
ellos.
—Sabéis realmente —decía Bilbo con sus mejores modales de
negociador—, las cosas se están poniendo imposibles. Por mi parte estoy
cansado de todo el asunto. Desearía estar de vuelta allá en el Oeste, en mi
casa, donde la gente es más razonable. Pero tengo cierto interés en este
asunto, un catorceavo del total, para ser precisos, de acuerdo con una carta que
por fortuna creo haber conservado. —Sacó de un bolsillo de la vieja chaqueta
(que llevaba aún sobre la malla) un papel arrugado y plegado: ¡la carta de
Thorin que habían puesto en mayo debajo del reloj, sobre la repisa de la
chimenea!
—Una parte de todos los beneficios, recordadlo —continuó—. Lo
tengo muy bien en cuenta. Personalmente estoy dispuesto a considerar con atención
vuestras proposiciones, y deducir del total lo que sea justo, antes de exponer
la mía. Sin embargo, no conocéis a Thorin Escudo de Roble tan bien como yo. Os
aseguro que está dispuesto a sentarse sobre un montón de oro y morirse de
hambre, mientras vosotros estéis aquí.
—¡Bien, que se quede! —dijo Bardo—. Un tonto como él merece
morirse de hambre.
—Tienes algo de razón —dijo Bilbo—. Entiendo tu punto de vista. A
la vez ya viene el invierno. Pronto habrá nieve, y otras cosas, y el
abastecimiento será difícil, aun para los elfos, creo. Habrá también otras
dificultades. ¿No habéis oído hablar de Dain y de los enanos de las Colinas
de Hierro?
—Sí, hace mucho tiempo; ¿pero en qué nos atañe? —preguntó el
rey.
—En mucho, me parece. Veo que no estáis enterados. Dain, no lo dudéis,
está ahora a menos de dos días de marcha, y trae consigo por lo menos unos
quinientos enanos, todos rudos, que en buena parte han participado en las
encarnizadas batallas entre enanos y trasgos, de las que sin duda habréis oído
hablar. Cuando lleguen, puede que haya dificultades serias.
—¿Por qué nos lo cuentas? ¿Estás traicionando a tus amigos, o nos
amenazas? —preguntó Bardo seriamente.
—¡Mi querido Bardo! —chilló Bilbo— ¡No te apresures! ¡Nunca me
había encontrado antes con gente tan suspicaz! Trato simplemente de evitar
problemas a todos los implicados. ¡Ahora os haré una oferta!
—¡Oigámosla! —exclamaron los otros.
—¡Podéis verla! —dijo Bilbo—. ¡Aquí está! —y puso ante ellos
la Piedra del Arca, y retiró la envoltura.
El propio Rey Elfo, cuyos ojos estaban acostumbrados a cosas bellas y
maravillosas, se puso de pie, asombrado. Hasta el mismo Bardo se quedó mirándola
maravillado y en silencio. Era como si hubiesen llenado un globo con la luz de
la luna, y colgase ante ellos en una red centelleante de estrellas escarchadas.
—Esta es la Piedra del Arca de Thrain —dijo Bilbo—, el Corazón de
la Montaña; y también el corazón de Thorin. Tiene, según él, más valor que
un río de oro.
Yo os la entrego. Os ayudará en vuestra negociación,
—Luego Bilbo, no sin un estremecimiento, no sin una mirada ansiosa,
entregó la maravillosa piedra a Bardo, y éste la sostuvo en la mano, como
deslumbrado.
—Pero, ¿es tuya para que nos la des así? —preguntó al fin con un
esfuerzo.
—¡Oh, bueno! —dijo el hobbit un poco incómodo— No exactamente;
pero desearía dejarla como garantía de mi proposición, sabéis. Puede que sea
un saqueador (al menos eso es lo que dicen: aunque nunca me he sentido tal
cosa), pero soy honrado, espero, bastante honrado. De un modo o de otro regreso
ahora, y los enanos pueden hacer conmigo lo que quieran. Espero que os sirva.
El Rey Elfo miró a Bilbo con renovado asombro.
—¡Bilbo Bolsón —dijo—. Eres más digno de llevar la armadura de
los príncipes elfos que muchos que parecían vestirla con más gallardía. Pero
me pregunto si Thorin Escudo de Roble lo verá así. En general conozco mejor
que tú a los enanos. Te aconsejo que te quedes con nosotros, y aquí serás
recibido con todos los honores y agasajado tres veces.
—Muchísimas gracias, no lo pongo en duda —dijo Bilbo con una
reverencia— Pero no puedo abandonar a mis amigos de este modo, me parece,
después de lo que hemos pasado juntos. ¡Y además prometí despertar al viejo
Bombur a medianoche! ¡Realmente tengo que marcharme, y rápido!
Nada de lo que dijeran iba a detenerlo, de modo que se le proporcionó
una escolta, y cuando se pusieron en marcha, el rey y Bardo lo saludaron con
respeto. Cuando atravesaron el campamento, un anciano envuelto en una capa
oscura se levantó de la puerta de la tienda donde estaba sentado y se les acercó.
—¡Bien hecho, señor Bolsón! —dijo, dando a Bilbo una palmada en la
espalda— ¡Hay siempre en ti más de lo que uno espera! —Era Gandalf.
Por primera vez en muchos días Bilbo estaba dé verdad encantado. Mas no
había tiempo para todas las preguntas que deseaba hacer en seguida.
—¡Todo a su hora! —dijo Gandalf— Las cosas están llegando a feliz
término, a menos que me equivoque. Quedan todavía momentos difíciles por
delante, ¡pero no te desanimes! Tú puedes salir airoso. Pronto habrá nuevas
que ni siquiera los cuervos han oído. ¡Buenas noches!
Asombrado pero contento, Bilbo se dio prisa. Lo llevaron hasta un vado
seguro y lo dejaron seco en la orilla opuesta; luego se despidió de los elfos y
subió con cuidado de regreso hacia el parapeto. Empezó a sentir un tremendo
cansancio, pero era bastante antes de medianoche cuando trepó otra vez por la
cuerda; aún estaba donde la había dejado. La desató y la ocultó, y luego se
sentó en el parapeto preguntándose ansiosamente qué ocurriría ahora.
A medianoche despertó a Bombur; y después se encogió en un rincón,
sin escuchar las gracias del viejo enano (que apenas merecía, pensó). Pronto
se quedó dormido, olvidando toda preocupación hasta la mañana. En realidad se
pasó la noche sonando con huevos y panceta.