Colin Kapp
- Bienvenido a
Verdammt, teniente.
El Capitán
Administrador Lionel Prellen extendió una mano hacia el recién llegado.
El Técnico
Espacial Teniente Sinclair ignoró la mano y saludó gravemente.
- Tengo
entendido que la Administración de los Territorios del Espacio en Verdammt ha
solicitado ayuda naval para la instalación de una rejilla de aterrizaje y una
baliza subespacial que permitan el descenso de una nave de línea de la F.T.L.
- Exactamente.
Queremos desembarcar a un personaje que se encuentra en la nave de la F.T.L. -
explicó Prellen -. Y al parecer posee usted la única rejilla que puede ser
instalada aquí a tiempo para detener esa nave y hacerla descender en las
máximas condiciones de seguridad.
El teniente le
dirigió una mirada especulativa.
- En respuesta
a su petición, el Almirante Melk ha destacado a la S.N.V. Gemini para que se
instale en órbita alrededor de Verdammt y haga descender una rejilla,
generadores y una baliza preestructurados, para que sean montados en tierra.
Usted tendrá que aportar materiales y mano de obra, y yo me encargaré de
supervisar los trabajos y proporcionar ayuda técnica.
- ¡Excelente! -
dijo Prellen -. Es la mejor solución que podíamos esperar. Aunque a usted no
parece gustarle demasiado, teniente.
- Sinceramente,
no, capitán. La Marina tiene que atender a muchas obligaciones, y dejar
inactiva la Gemini durante veinte días mientras se monta la rejilla es algo que
no coincide con mi concepto de la máxima utilización de los recursos.
Prellen se
encogió de hombros.
- En tal caso,
la Marina podía haber denegado nuestra petición de ayuda.
- El almirante
entendió que la petición era legítima, suponiendo que la importancia de la
operación justificara el coste y la pérdida de tiempo. Y no estaba en condiciones
de juzgar los méritos del caso. Me gustaría preguntarle, capitán, si existe
aquella justificación.
- Creo que sí -
dijo Prellen -. Y, afortunadamente, no tengo que contestar a esa clase de
pregunta ni al almirante Melk ni a usted. Sólo soy responsable ante la
Administración de Territorios del Espacio en la Tierra. Pero, ya que ha
planteado usted la cuestión, le diré que el personaje que estamos interesados
en hacer recalar aquí es el primer Embajador de la Tierra en Verdammt.
- ¿Embajador? -
Sinclair luchó con su incredulidad -. Corríjame si me equivoco, capitán, pero
en el Manual del Espacio se señala que Verdammt no posee ninguna forma de vida
indígena con la inteligencia suficiente para facilitar o comprender ningún tipo
de contacto sociológico.
- El Manual del
Espacio y usted están en un error - dijo Prellen. Regresó a su escritorio y se
sentó detrás de él con aire fatigado -. Se equivocan. Verdammt posee una forma
de vida sumamente inteligente. Ignoramos aún su grado de inteligencia, pero es posible
que sea muy superior al nuestro. Lo malo es que la valoración inicial se
estableció utilizando la escala de Manneschen, la cual está basada en conceptos
de inteligencia puramente terrícolas. La forma de vida existente aquí no tiene
nada de terrícola. En realidad, en términos terrícolas, resulta completamente
ininteligible.
- ¿Pero usted
la considera inteligente?
- Desde luego.
Si consideramos la inteligencia en su definición más amplia, es decir, como la
capacidad para modificar conscientemente el entorno vital, los Unbekannt son al
menos iguales a nosotros. Cómo, o por qué, modifican su entorno, es algo que
todavía no hemos llegado a establecer, pero el hecho de que pueden hacerlo, y
de que lo hacen, es indiscutible. Por eso Verdammt merece un Embajador, y hemos
solicitado ayuda para hacerle descender, a él y a su acompañamiento, de la
F.T.L. De modo que ahora exijo de usted una respuesta concreta, teniente:
¿tendré mi rejilla y mi baliza?
- Las tendrá
usted - dijo Sinclair -. Eso ya ha sido decidido. Pero con una condición. La
petición será investigada desde todos los ángulos, y en el caso de que no
estuviera completamente justificada el almirante está dispuesto a someter el
asunto a las autoridades de la Tierra.
- Quiere usted
decir que es una buena plataforma para prestar interservicios políticos en
beneficio del almirante Melk - dijo Prellen secamente.
Sinclair se
envaró.
- El primer
transporte llegará mañana por la mañana con el material base y los trabajos
podrán iniciarse inmediatamente. Esta tarde me gustaría inspeccionar el lugar
previsto para el aterrizaje.
- Le pondré en
contacto con mi oficial de ingeniería - dijo Prellen -, él le prestará toda la
ayuda que necesite. ¿Piensa usted alojarse en la Gemini?
- Por
desgracia, no. He de residir aquí hasta que la tarea quede terminada.
- Entonces, le
ofrezco a usted un camarote a bordo de nuestra modesta nave-base S.V. Maxwell.
No gozará de las comodidades de la Marina, pero siempre estará mejor que en un
barracón prefabricado.
- En la
Marina... - empezó a decir Sinclair, pero cambió de idea.
- Sé lo que
hacen en la Marina - dijo Prellen -, pero puedo garantizarle que en Verdammt se
alegrará usted de tener el casco de una nave espacial que le aísle del exterior
durante las largas y ruidosas noches.
- Acepto
complacido su hospitalidad - dijo el teniente sin el menor entusiasmo -. No
dudo de que en Verdammt hay muchas más cosas de las que figuran en el manual
del Espacio.
- Podría usted
decir eso veintitrés veces más - dijo Prellen -, y no se acercaría aún a la
verdad.
Si Sinclair
había albergado alguna reserva mental en lo que respecta a alojarse en la
Maxwell, la perdió aquella noche, a las diez y diez minutos, hora standard de
Verdammt. Desdeñando el comedor de oficiales, buscó la sala de radio y pasó la
velada redactando y cifrando su informe al Almirante Melk y su plan de
operaciones para la S.N.V. Gemini. Terminada aquella tarea, regresó a su
camarote y se preparó para acostarse.
Sus
preparativos se vieron interrumpidos por el súbito ulular de algo que se
deslizaba hacia abajo en la parte exterior del casco, seguido del macizo
clomp-clomp de lo que fuera que parecía ascender de nuevo por el casco. Tras
prestar unos instantes de atención, Sinclair se encogió de hombros, dispuesto a
olvidar el incidente, y estaba a punto de ocupar su litera cuando los ruidos se
repitieron. Esta vez, el clomp-clomp era descendente y el ulular ascendía.
Siguieron otros ruidos imposibles de definir; y una sensación de suave
balanceo, como si la nave se moviera hacia arriba y hacia abajo sobre sus
puntos de apoyo.
Aunque el
fenómeno presentaba todas las características de un desastre de primera
magnitud, Sinclair no pudo detectar ninguna señal de pánico ni de acciones de
emergencia en el resto de la nave, de modo que se decidió a investigar.
Saliendo de su camarote, tropezó con Anton Wald, psicólogo de la A.T.S., al
cual le habían presentado aquella tarde.
- ¡Ah! - dijo Wald -. Precisamente venía a decirle que no se preocupara.
- ¿Qué está
pasando ahí fuera?
- Son los
Unbekannt - dijo Wald tranquilamente.
- ¿Qué están
haciendo? ¿Atacándonos?
- No lo creo.
Sinceramente, ignoro lo que están haciendo. Es algo a lo que se dedican de
cuando en cuando por motivos indescifrables. Supongo que les complace, y a
nosotros no nos perjudica, de modo que les dejamos hacer.
Sinclair estaba
asombrado.
- ¿Quiere usted
decir que no ponen centinelas para mantenerlos alejados?
- No queremos
mantenerlos alejados. Estamos aquí para estudiarlos.
- Pero, van a
destrozar la nave...
- No - dijo
Wald -. Le parecerá raro, pero no causan ningún daño y ni siquiera dejan rastro
de sus actividades. Mañana por la mañana no encontrará usted ni la huella de
una pisada.
- ¿Y los
ruidos?
Wald se encogió
de hombros.
- ¿Qué quiere
que hagamos? ¿Salir y matar a una docena? Desde luego, son alienígenas, pero
con el nivel de inteligencia, cualquier ataque por nuestra parte basado en ese
pretexto sería moralmente indefendible. De todos modos, tengo la impresión de
que si desearan atacarnos podrían hacerlo utilizando unos medios contra los
cuales no tendríamos ninguna defensa. Yo no me atrevería a asumir la
responsabilidad de iniciar una lucha contra los Unbekannt.
- Comprendo -
dijo Sinclair, en un tono que revelaba que no comprendía absolutamente nada.
Regresó a su
camarote, cerró la puerta y se resignó a la perspectiva de una noche de
insomnio.
Lo primero que
hizo Sinclair a la mañana siguiente fue inspeccionar la parte exterior de la
nave. Estaba convencido de que los ruidos de la noche anterior no podían haber
sido producidos sin causar desperfectos en el casco. Pero comprobó, asombrado,
que no había ningún arañazo en la superficie del casco, ninguna pisada en la
arena.
A pesar de su
incredulidad, o tal vez a causa de ella, Sinclair quedó intrigado por el
problema, recordando el balanceo que había experimentado la nave, y recordando
que la propia nave probablemente pesaba más de cien mil toneladas terrestres.
Resultaba difícil imaginar cómo podía haberse ejercido la fuerza necesaria para
mover aquella masa sin dejar ninguna huella, y todavía más difícil imaginar
cuál era el significado de aquel hecho.
La nave-base y
sus tres transportes auxiliares se encontraban en un claro de unos cuatro
kilómetros cuadrados, más allá del cual se extendía por todos lados la frondosa
vegetación de Verdammt. El claro era artificial e incluía una zona de
barracones prefabricados y el lugar donde se proyectaba montar la parrilla de
aterrizaje. Desde el punto de vista de la ingeniería era un emplazamiento
excelente, con todos los suministros y recursos disponibles concentrados a su
alrededor.
El primer
transporte llegó exactamente a la hora prevista, y Sinclair tuvo que atender a
los detalles de la descarga, al tiempo que daba instrucciones a los jefes de
los grupos de trabajo. Pero de cuando en cuando contemplaba con aire pensativo
la vegetación que les rodeaba por todas partes, preguntándose si los Unbekannt
estaban allí observando la nueva actividad y qué es lo que comprendían de ella,
si es que comprendían algo.
Ocasionalmente
producíase un movimiento entre la maleza, aunque siempre demasiado rápido para
poder localizar su origen. Sin embargo, Sinclair llegó a convencerse de que los
Unbekannt les estaban observando desde el lindero de la maleza, e incluso
arriesgándose a avanzar unos cuantos metros por el claro, probablemente para
ver más de cerca lo que estaba pasando.
Poco antes de
que terminara la jornada de trabajo, Sinclair pudo abandonar el lugar para ir
en busca de Wald. Le encontró en su oficina, en un barracón prefabricado,
contemplando con aire malhumorado una tablilla cristalina curiosamente labrada,
la cual parecía ondular y reestructurarse a sí misma incluso mientras Wald la
hacía girar entre sus manos. Cuando entró Sinclair, el psicólogo le entregó el
objeto para que lo examinara.
- ¿Qué es esto?
- preguntó finalmente Sinclair.
- Ojalá lo
supiera - dijo Wald -. Es algo que los Unbekannt dejaron aquí, pero ignoramos
por qué y para qué. A veces me pregunto si llegaremos a saberlo. Puede ser
cualquier cosa, desde una computadora cristalina hasta una obra de arte
abstracto... o algo tan fuera del alcance de nuestra comprensión que la raza
humana nunca podrá entenderlo.
- A propósito
de los Unbekannt - dijo Sinclair -. ¿Son hostiles en algún sentido?
- Físicamente,
no. Yo creo que están tan ansiosos como nosotros por establecer comunicación.
Pero en eso estriba su peligro, precisamente.
- No comprendo
- dijo Sinclair.
- No, supongo
que no. Piense un momento en el concepto alienígena. Los Unbekannt son tan
alienígenas que en ellos no hay casi nada que se aproxime a lo que nosotros
somos capaces de comprender. Están tan alejados de nuestros conceptos de una
forma de vida que resultan no sólo ininteligibles sino también completamente
inimaginables. ¿Cómo puede uno empezar a comprender lo que está más allá del
imperio de su propia imaginación? La respuesta es sencilla: no existe tal
posibilidad.
- Pero eso
depende únicamente del alcance de la mente individual.
- No. La
experiencia humana en sí limita la imaginación individual a unos puntos de referencia
más allá de los cuales resulta difícil manejar conceptos, porque no existen
analogías ni coordenadas que puedan utilizarse para formular, o retener, la
idea. Un concepto situado más allá de los puntos de referencia no significa
nada.
- Continúo sin
ver el peligro - dijo Sinclair.
El psicólogo
levantó la mirada.
- Para aceptar
a los Unbekannt como realidad, hay que negar la propia educación y la propia
experiencia. Ellos no significan nada desde nuestros puntos de vista, de modo
que hemos de tratar de adaptarnos a los suyos. El resultado sería una completa
desorientación. El cerebro humano no reacciona favorablemente a esa forma de
presión. La consecuencia más benigna es una confusión mental; la peor, una
evasión absoluta del conflicto, un shock cataléptico. Por eso le sugiero que me
consulte antes de intentar establecer cualquier contacto personal con los
Unbekannt. No podemos permitirnos perderle a usted. Al menos hasta que tengamos
nuestra rejilla.
- Ése es el
problema, precisamente - dijo Sinclair -. En vista de todo esto, no veo ningún
motivo lógico para tener un Embajador en Verdammt hasta que se haya alcanzado
algún grado de comprensión de los Unbekannt. Creo que esto es lo normal.
- Está usted
enojado, ¿verdad?
- ¿A usted qué
le parece? - inquirió Sinclair en tono sarcástico -. ¡Desde luego que estoy
enojado! Me fastidia que me hayan enviado a este lugar olvidado de Dios a
instalar una rejilla y una baliza, debido a una petición que es una argucia
burocrática. Han engañado a la A.T.E. haciéndole creer que este planeta
necesita un embajador para tratar con una forma de vida con la cual nunca podrá
establecer comunicación.
- ¿Ha terminado
usted, Mr. Sinclair? - dijo fríamente la voz de Prellen.
Sinclair, que
no le había oído entrar, giró rápidamente sobre sus talones.
- ¡No, no he
terminado! Si quiere saber lo que opino...
- No necesito
su opinión - le interrumpió Prellen -. Lo único que quiero de usted es su ayuda
técnica para la instalación de una rejilla y una baliza subespacial. Tal vez le
interese saber que los trabajos del doctor Wald acerca de la psicología
Unbekannt fueron los que decidieron a la Administración de los Territorios
Espaciales a enviar un Embajador a Verdammt, y que los detalles de la operación
encaminada a permitirle llegar aquí los planeé yo mismo.
- ¿Usted?
- Sí. Lamento
decepcionarle, Sinclair, pero a veces los capitanes administradores nos
dedicamos a administrar. De modo que no ha habido argucias burocráticas ni nada
que se le parezca. No ha habido más que un informe técnico, un acuerdo, y un
plan de operaciones.
El rostro de
Sinclair reflejaba su incredulidad.
- No le creo a
usted, y sé que el almirante Melk tampoco va a creerle. Puedo anticiparle que
terminaré mi informe al almirante con la recomendación de que investigue a
fondo todo este asunto.
- Me resulta
difícil creer - dijo Prellen -, después de lo que usted me ha dicho acerca de
lo agobiados que están de trabajo, que el almirante disponga de tiempo para
dedicarse a jugar a la política.
- ¡Prellen, no
admito esa clase de observaciones!
- Y yo no
admito esa clase de insolencias - dijo Prellen secamente -. Debo recordarle que
hasta que el Embajador tome posesión de su cargo, los asuntos terrícolas sobre
este planeta están bajo mi absoluta y única responsabilidad. Provisionalmente,
represento a la autoridad legalmente constituida. ¿Sabe usted lo que eso
significa aquí?
- Yo se lo diré
- intervino Wald con maligno placer -, puesto que en la Academia Espacial
descuidaron un poco su educación. No le adiestraron en el arte de los buenos
modales, ni en el de saber callarse a tiempo. En los asuntos terrícolas, el
poder del capitán es absoluto. Y eso incluye el derecho sobre la vida y la
muerte. De modo que, si quiere aceptar un consejo desinteresado, cierre la boca
antes de que le metan algo en ella. Mi bota, por ejemplo.
- No debió
usted decir eso, Anton - dijo Prellen cuando Sinclair se hubo marchado -. A
Melk no le gustará enterarse de que hacemos objeto de amenazas de violencia
física a sus subordinados.
Wald sonrió
afablemente.
- No he hecho
más que expresar lo que usted pensaba, y que no se atrevía a manifestar por una
cuestión de «protocolo».
- Nos ha
ocurrido lo peor que podía pasarnos dijo Prellen -. De toda la Marina, han
tenido que enviarnos a uno de los perritos falderos del almirante Melk... El
asunto ya era bastante difícil sin que Melk metiera las narices en él, de modo
que ahora... Confío en que podamos convertirlo en un hecho consumado antes de
que estalle la tormenta. Si conseguimos resistir hasta entonces, todo irá bien.
Pero si Sinclair se empeña en dificultarnos las cosas, no sé cómo saldremos de
esto.
La rejilla iba
adquiriendo forma lentamente. Las piezas que iban llegando a bordo de los
transportes eran ensambladas sin la menor dificultad. Luego llegaron los
generadores, y sus achaparradas y pesadas moles fueron encajadas en la base de
la estructura, para ser conectadas con las cadenas conductoras que confinaban
la fluxión de la rejilla dentro de la membrana de intrincadas arboladuras. La
baliza subespacial llegó como una sola unidad y fue instalada a lo largo de la
rejilla. En un barracón prefabricado situado muy cerca de allí, Sinclair estaba
montando el transmisor que, operando a través de la baliza, atraería a la nave
de la F.T.L. fuera del subespacio y la guiaría hacia la rejilla de aterrizaje.
Prellen
revisaba diariamente los trabajos y comparaba cuidadosamente el tiempo
calculado de complexión con las predicciones de la computadora acerca de la
posición de la nave avanzando hacia ellos a través del universo a una velocidad
superior a la de la luz. Se daba perfecta cuenta de las dificultades que
entrañaba la operación, y le complacía comprobar que el antagonismo de Sinclair
hacia los objetivos del proyecto no afectaba a su capacidad para controlar la
rápida construcción de la rejilla.
Prellen estaba
realmente impresionado por la eficacia del equipo de transporte de la Marina,
los cuales entregaban exactamente la pieza adecuada en la posición adecuada y
en el momento preciso. Pero al mismo tiempo le preocupaban los detallados
informes en clave que Sinclair enviaba al almirante Melk. La situación en
Verdammt era suficientemente única para exigir una solución radical del
problema de establecer comunicación con sus habitantes, y Prellen no ignoraba
que las presiones políticas podían destruir el precario equilibrio del
experimento extra-sociológico que había planeado.
Estaba
discutiendo precisamente aquel extremo con Wald, una noche, cuando se presentó
Sinclair. Su rostro reflejaba una profunda satisfacción, que pareció
acrecentarse al ver a Wald.
- Me alegro de
que estén los dos aquí, ya que deseo continuar una conversación anterior. Tema:
el Embajador.
- ¡Adelante! -
dijo Prellen, mirando a Wald de soslayo -. Imagino que ha recibido usted alguna
información, seguramente del almirante Melk.
- En efecto,
capitán Prellen. El almirante está investigando a fondo todo este asunto, y de
momento me ha anticipado los nombres del Embajador y de su acompañamiento a
bordo de la nave de la F.T.L.
- No necesitaba
haberse molestado - dijo Prellen -. Yo podía haberle dado a usted la misma
información, si me la hubiera solicitado.
- ¿Incluso el
nombre del Embajador? Conoce usted el nombre, ¿verdad?
- Sí - dijo
Prellen lentamente -. Se llama Prellen. Da la casualidad de que es hijo mío.
- ¡De modo que
lo admite!
- Tengo por
norma no negar a los hijos que han nacido de mi matrimonio.
Sinclair estaba
asombrado por aquella aparente despreocupación.
- ¡Sabe
perfectamente que no me refiero a eso! ¿Quiere que siga tirando de la cuerda?
Prellen dirigió
una rápida mirada a Wald.
- Naturalmente,
nos interesa saber hasta qué punto alcanza su información - dijo,
prudentemente.
- No me cabe la
menor duda. Sé, por ejemplo, que el acompañamiento del embajador se compone de
cinco mujeres y de ningún hombre. Un interesante ejemplo de selección de
personal... ¿Necesito continuar?
Prellen levantó
una mano.
- No, eso es
suficiente, por ahora. No sé cómo ha obtenido la información el almirante Melk,
pero debo admitir que es exacta. Ahora, Sinclair, dígame qué espera ganar
personalmente con este asunto.
- ¿Está usted
pensando en sobornarme?
- No estaba
haciéndole ninguna oferta, aunque estoy convencido de que tiene usted un
precio.
- ¿Por qué está
tan seguro, capitán?
- Es evidente -
dijo Prellen -. Busca usted dinero o un ascenso, porque nunca oyó hablar de una
cosa llamada principios.
- ¿Se atreve
usted de hablarme a mí de principios?
- Sí - dijo
Prellen -, y algún día comprenderá usted cuáles son mis principios. Hasta
entonces, sólo puedo esperar que sea usted mejor ingeniero que correveidile,
porque de no ser así la nave de la F.T.L. va a provocar una verdadera
catástrofe cuando descienda sobre este planeta.
Algo oscuro y
disforme aterrizó de golpe sobre la cúpula transparente del barracón de la
baliza, rascó furiosamente el curvado declive y saltó desde el fondo del
baldaquín a la protectora maleza. El ruido de su paso sobresaltó a Sinclair.
Alzó la mirada salvajemente cuando el episodio fue repetido por un segundo y
luego por un tercer cuerpo. El cuarto proporcionó una variación: aterrizó sobre
la parte baja del baldaquín, se deslizó hacia la parte superior de la cúpula y
desapareció al llegar a la cima.
Sinclair se
dirigió hacia la puerta, pero a medio camino recordó la advertencia de Wald y
cambió de idea.
Pulsó la
palanca del comunicador.
- Doctor Wald,
hay algo que está moviéndose sobre el techo del barracón de la baliza. Creo que
deben ser los Unbekannt.
- Es muy
probable - dijo Wald -. Supongo que habrán decidido que ha llegado el momento
de empujarle a usted a través del laberinto.
- ¿Laberinto?
- Sí, la prueba
de reacción primaria para los animales experimentales. Estimulo y respuesta
básicos. Nos han sometido a ella a la mayoría de nosotros, y han llegado a
aburrirse. Usted, en su calidad de técnico, es distinto, y supongo que están
tratando de tomarle la medida.
- ¿Deslizándose
sobre el tejado - inquirió Sinclair, en tono de incredulidad -. ¿Qué pueden
descubrir con eso?
- No tengo la
menor idea - dijo Wald -. Ya le advertí que los Unbekannt estaban más allá de
nuestras posibilidades de comprensión. Sin embargo, es evidente que no tienen
más posibilidades de comprendernos que las que nosotros tenemos de
comprenderlos a ellos. Estamos aplicándonos mutuamente nuestros propios puntos
de vista, y dudo de que nuestras reacciones tengan para ellos más sentido del
que para nosotros tienen las suyas. Es una clásica situación ilógica, sin
ninguna respuesta.
- Si puedo
echarle las manos encima a uno de ellos, pronto le daré a usted unas cuantas
respuestas - dijo Sinclair.
- Sería
interesante comprobar si eso es verdad - dijo Wald -. Pero no le aconsejo a
usted que lo intente. ¿Cómo sabe que uno de ellos no alberga una idea similar
en lo que a usted respecta?
- ¿Un maldito
mono?
- ¡Ah! ¡De modo
que ya ha caído usted en la trampa! - dijo Wald -. Por el simple hecho de que
no ha podido ver a ninguno de ellos claramente, ha deducido por su cuenta que
son como monos: un limitado concepto terrícola. En realidad, los Unbekannt
tienen muchas menos cosas en común con los monos que nosotros. El mayor peligro
que corre usted reside en sus falsa ideas preconcebidas.
Incluso a
través del comunicador Wald oyó al quinto Unbekannt iniciar su danza alienígena
encima del techo de plástico, y la conversación de Sinclair terminó con un
grito de cólera antes de que la conexión se interrumpiera.
Abriendo la
puerta del barracón de la baliza, Sinclair se asomó al exterior. El barracón se
hallaba muy cerca del borde del claro, y separado únicamente por un ancho
sendero de las franjas de maleza más próximas. El ruido de algo que se
deslizaba a través del tejado le advirtió del paso de otro Unbekannt y le
permitió calcular la dirección de movimiento con la precisión suficiente para
ver la sombra borrosa que descendía y corría a ocultarse entre la maleza. No
obtuvo ninguna impresión de altura ni de forma, pero calculó que la masa del
Unbekannt era menor que la suya propia, aunque su velocidad y su agilidad eran
fenomenales.
Volvió a entrar
en el barracón y sus dedos se cerraron alrededor de una barra de titanio de un
metro de longitud, de la cual había cortado los segmentos del conmutador de la
baliza. Sopesó la barra pensativamente unos instantes, no sabiendo qué clase de
fuerza podía ser aplicada a los Unbekannt sin que resultara mortífera. Luego
salió de nuevo al exterior, empuñando la barra.
Durante un
largo rato no ocurrió nada. Los trémulos sonidos de la vida de la cercana
maleza llegaban hasta él con sorprendente claridad, y el frío y húmedo aliento
de la vegetación se cerraba alrededor de su cuello como un pañuelo pelicular.
Finalmente oyó un ruido deslizante a través del tejado y, calculando
mentalmente el tiempo y la posición de descenso, retrocedió hasta la pared y
esperó con la barra levantada. Exactamente en el momento previsto, la masa
borrosa cayó como una piedra del tejado... y Sinclair la golpeó.
Nunca pudo
descifrar ni describir lo que ocurrió a continuación. La impresión no fue la de
haber golpeado un cuerpo blando y en movimiento, sino la de haber chocado
inesperadamente con un bloque de piedra. Sus dedos quedaron entumecidos, como
si acabaran de recibir una descarga eléctrica, y soltaron la barra. Algo le
escupió, o le deslumbró, o hizo algo extraño e incomprensible, y una oleada de
náusea y de desorientación envolvió todo su cuerpo de un modo casi físico.
Luego, el
Unbekannt se irguió delante de él. Sinclair luchó contra su confusión e
inmediatamente volvió a caer en ella mientras su mente trataba de reconciliar
lo que veía con lo que consideraba remotamente posible. Lo absurdo de lo que
sus ojos percibían no encajaba en ningún sentido con ninguna de las cosas que
había esperado ver. Y cuando volvió a salir del abismo mental en que había
caído, su alienígena antagonista había desaparecido.
Permaneció unos
instantes completamente inmóvil, recobrándose de la impresión, y luego miró a
su alrededor. No había ningún Unbekannt a la vista, pero unos leves rumores
entre la maleza daban a entender que no se habían marchado muy lejos. Después
oyó de nuevo el familiar sonido deslizante y se volvió hacia el lugar donde
había caído la barra.
Sólo entonces,
en una especie de agonía, comprendió lo profundo del abismo en el cual se había
sumergido. Ya que la barra de titanio aparecía enrollada formando un dibujo
extraño y maravilloso. Las manos de Sinclair temblaban cuando recogió la barra
y observó la complejidad de los cerrados lazos, cuya inmaculada formación
hubiera exigido de un artesano terrícola muchas horas de paciente trabajo y el
empleo de un soldador electrónico. Pero aquella maravilla había sido producida
en la fracción de segundo que transcurrió entre el momento en que el metal
había abandonado sus dedos y el instante en que había llegado al suelo. Y era
completamente fría al tacto.
El fenómeno no
tenía explicación. Resultaba imposible y real al mismo tiempo. Y esto, más que
cualquier otra cosa de las que había encontrado en Verdammt, provocó sudores en
Sinclair, y una sensación de pasmo, y un repentino temor. Recogiendo los restos
de la barra, dio media vuelta y se internó deliberadamente en la maleza,
siguiendo a los Unbekannt.
Wald encontró a
Prellen en la sala de derrota de la Maxwell.
- Sinclair se
ha marchado.
- ¿A dónde? -
inquirió Prellen, súbitamente alarmado.
- No lo sé -
respondió Wald -. Se ha internado en la maleza, creo.
- ¡Maldición! -
exclamó Prellen -. Eso significa que probablemente ha ido a comprobar por sí
mismo qué aspecto tienen los Unbekannt. A pesar de lo mucho que me disgusta la
Marina, no creo que sea una buena política devolverle a sus técnicos en un
estado de shock... y éste será el resultado de semejante contacto, teniendo en
cuenta lo rígido de su mentalidad. Además, la nave de la F.T.L. se encuentra
solamente a dieciséis horas-luz de distancia. Tenemos que localizar a ese
idiota, Anton, antes de que se cause un daño a sí mismo.
- No - dijo
Wald -. Sé que tenemos que localizarle. Pero si ha llegado tan lejos como
supongo, en este momento se encuentra fuera del alcance de usted. Yo iré a
buscarle. Me llevaré a un par de hombres del equipo psíquico y una dosis triple
de mezcalina. Si no regresamos, no salga usted en busca nuestra.
- ¿De veras hay
tanto peligro en las zonas profundas?
- ¿Ha olvidado
lo que dicen las estadísticas acerca de los desquiciamientos nerviosos en los
equipos de exploración?
- No, desde
luego que no - dijo Prellen -. Bien, usted es el doctor. ¿Necesita algo
especial?
- Sólo unas
cuantas plegarias, y mucha imaginación - respondió Wald -. Son los únicos
factores con los que podemos contar allí.
- Entonces, le
deseo mucha suerte.
En la maleza no
había senderos visibles, pero la flexibilidad de los tallos palmeados le
permitía avanzar en cualquier dirección con un mínimo de demora. Sinclair anotó
mentalmente la posición del sol mientras echaba a andar, escogiendo una zona de
agitación visual que le precedía en la maleza y que se movía delante de él, a
veces con asombrosa velocidad pero sin alejarse nunca lo suficiente como para
que Sinclair la perdiera de vista.
No podía saber
si se trataba de un solo Unbekannt o de un grupo de ellos, ni podía explicarse,
a pesar de sus conocimientos de física, por qué los alienígenas se revelaban
como una sola fluctuación.
El único
aspecto familiar de la situación era la sugerencia de un cebo, o de una
invitación, para que les siguiera. Dado que Wald había rechazado la posibilidad
de que los Unbekannt fueran físicamente peligrosos, Sinclair no se sentía
particularmente alarmado por el hecho de seguir a los alienígenas a dondequiera
que pensaran llevarle.
Psicológicamente,
sin embargo, no estaba tan seguro del terreno que pisaba. Su breve encuentro
con los Unbekannt había hecho vacilar seriamente su confianza en el alcance de
su propia imaginación, y había subrayado las advertencias de Wald acerca de los
peligros más insidiosos de un contacto con alienígenas. Pero la posibilidad de
captar al menos un indicio de la tecnología mediante la cual la barra de
titanio había sido moldeada en frío, y en milésimas de segundo, haciéndole
adquirir su actual y complicadísima forma, era algo irresistiblemente atractivo
para él.
Al cabo de una
hora de marcha, Sinclair se detuvo, súbitamente desconcertado por lo que
parecía ser un espejismo. Experimentó la extraña sensación de que por unos
instantes habían existido unas grandes torres delante y en torno de él: torres
que se habían levantado y desvanecido con tal rapidez que la impresión era poco
más que subliminal. Sin embargo, el fenómeno se había grabado en su mente con
una inconfundible aura de realidad. Trastornado aún, observó la zona de maleza
con la esperanza de encontrar algo que pudiera haber disparado la fantasía.
Pero la vegetación seguía ofreciendo el mismo aspecto, agitándose suavemente
pero inmutable.
Luego, el
infierno se tragó a Sinclair. De pronto se vio sumergido en el centro de alguna
oscura y chirriante enormidad, que podía haber sido el vientre de una máquina
funcionando en las profundidades del averno. O podía haber sido parte de una
ruidosa hipermetrópoli, tan fuera del alcance de su comprensión como podía
haber estado una de sus propias ciudades para el hombre de Neanderthal o de
Cro-Magnon. Su mente se encogió ante el insoportable salvajismo de las
impresiones provocadas por el ruido, la mugre y la turbulencia.
Luego, la
escena desapareció con la misma rapidez con que había brotado. La única
turbulencia que quedó fue la de su trastornado cerebro, y el único ruido que
percibió fue el de sus propios oídos, vibrando, reaccionando aún a la
impresión. Y con un creciente terror en su corazón esperó lo que temía que iba
a llegar a continuación.
Con ojos
incomprensivos Sinclair trató de seguir las series de montajes y espejismos de
escenas y símbolos que fluían a su alrededor y encima de él. Sus entornos
alcanzaban transposiciones aparentemente imposibles, desde las lúgubres sombras
de algún enorme complejo satánico hasta la candente negatividad de un punto
aislado del desierto, en una perspectiva tan inimaginable que Sinclair se veía
obligado a cerrar los ojos para poder soportarla. Y de nuevo las imágenes se
hacían borrosas y volvían a formarse, llenándole de emociones que su cuerpo no
estaba construido para experimentar.
Su primera
impresión había sido la de movimiento, la de ser arrojado a una serie de quasi
entornos demenciales. Más tarde, alguna porción más racional de su mente
revalorizó las sensaciones y arrojó sobre él el semiformado concepto de que
estaba realmente inmóvil y de que aquellos fantásticos quasi contornos estaban
siendo realmente creados y disueltos a su alrededor.
Recordó que
Prellen había definido la inteligencia, en relación con los Unbekannt, como la
capacidad consciente de modificar el entorno. Empezó a percibir vagamente el
axioma de que, a lo largo del tiempo, todos los entornos, sea por manipulación,
sea por causas naturales, deben cambiar; y que el inimaginable flujo y las
transformaciones que se producían a su alrededor diferían esencialmente en
ritmo de cualquier situación humana.
Sinclair no vio
a Wald y a los dos hombres del equipo psíquico, moviéndose como hombres rana a
través de las extensiones de pesadilla. No vio cómo disparaban una pistola
hipodérmica contra su brazo...
Faltaban dos
horas para el aterrizaje cuando aplicaron a Sinclair un contrasedante y le
permitieron, todavía tembloroso a causa de la reacción, que efectuara los
ajustes finales y activara la rejilla. Wald no se movió de su lado, ayudándole
en las operaciones más sencillas y observándole constantemente con una especie
de apenada simpatía. Finalmente, Sinclair declaró que la tarea estaba terminada
y se volvió hacia el doctor con una forzada sonrisa en los labios.
- Tengo que
darle las gracias por haberme sacado de allí. No puedo decir que no me
advirtiera usted.
Wald se encogió
de hombros, quitándole importancia al incidente.
- ¿Cómo se
siente ahora?
- Aturdido y...
confuso. Creo que nunca volveré a ser el mismo después de aquella experiencia.
Wald asintió.
- Resulta
terrible tener un montón de conceptos y ningún medio para comunicarlos... Usted
fue hacia allí sin ninguna preparación. Normalmente, nosotros utilizamos drogas
que le dejan a uno razonablemente objetivo, al tiempo que reducen al mínimo la
tensión de la imaginación. Es el único modo de sobrevivir allí.
Sinclair
preguntó
- Pero, ¿cómo
puede tener existencia algo tan absolutamente imposible?
- Estoy
convencido - dijo Wald - de que ellos se formulan la misma clase de pregunta
acerca de nosotros, y casi con la misma esperanza de encontrar una respuesta.
La verdad es que ni ellos ni nosotros somos imposibilidades; lo que ocurre es
que sobrepasamos las limitaciones en las mentes de los otros. Y ellos o
nosotros, o ambos, como especie, hemos de encontrar el medio para efectuar un
reajuste, si de veras queremos alcanzar algún nivel de comprensión.
»Creo que ahora
se dará usted cuenta de lo atrapados que estamos en la tela de araña de las
cosas que sabemos. Limitamos nuestra imaginación con unos puntos de referencia
que nos dejan un reducido cuadro de probabilidades y posibilidades. No podemos
comprender a los Unbekannt ni comunicarnos con ellos, porque discurren en un
plano que no está previsto en la estructura de nuestra lógica. El único puente
concebible entre las dos culturas sería una mente humana que no hubiese sido
moldeada demasiado rígidamente en nuestros conceptos lógicos, y que pudiera ser
expuesta simultáneamente a las dos culturas, con la esperanza de que aprendiera
a aceptar, si no a reconciliar, las dos series de valores mutuamente
contradictorios.
- Si existiera
un individuo con una mente así...
- Yo creo que
existe - dijo Wald -. Uno de ellos es nuestro embajador.
En alguna parte
un timbre empezó a resonar a intervalos regulares. Sinclair consultó su
cronómetro.
- Veinte
segundos para el contacto - dijo.
Toda la
atención estaba centrada ahora en el poderoso rayo de energía que la rejilla
proyectaba en el cielo. Por muy familiarizado que se estuviera con el proceso,
era un espectáculo que nunca perdía su fascinación. En un momento determinado,
la inmensa nave de la F.T.L. se abría camino a través del espacio a una
velocidad casi infinita; un instante después surgiría en el espacio-tiempo
normal, enristrado, suspendido y en reposo sobre el rayo de la rejilla, en
virtud de un milagro al que nadie acababa de acostumbrarse.
Sinclair dijo:
«¡Ahora!» y el timbre empezó a sonar ininterrumpidamente.
Simultáneamente
apareció la nave, mucho más cerca de lo que había sido previsto, aunque dentro
de los márgenes de seguridad. El choque supersónico de su llegada hizo
retemblar el suelo y provocó una intensa lluvia que los espectadores soportaron
estoicamente como parte de la ceremonia de llegada.
Lentamente,
como si tirara de ella un cordel invisible, la nave descendió hasta posarse
sobre la rejilla. Después de un período de aparente inactividad, las escotillas
de la parte inferior se abrieron para dar paso a un montacargas que facilitaría
el desembarco. Cuando el montacargas se posó en el suelo se produjo un
movimiento general en dirección a él.
Wald miró a Sinclair.
- ¿Ha terminado
su trabajo? Venga conmigo, voy a presentarle al embajador.
Sinclair miró
el mono azul que vestía.
- ¿Con esta
ropa?
- No importa.
En la A.T.E. no estamos apegados a los convencionalismos.
Se dirigieron
hacia el lugar donde la multitud empezaba a abrir paso al embajador y a sus
acompañantes.
Cuando estaban
muy cerca de Sinclair se detuvo, desconcertado, y cogió al doctor Wald por el
brazo.
- Oiga, ¿hablaba
usted en serio?
- ¿Acerca de
qué? - inquirió Wald, con una expresión de ingenuidad.
- Acerca del
embajador... Dígame que ha sido una broma.
- Si cree que
es una broma, tiene usted un extraño sentido del humor.
- Pero, un
bebé... Ahora comprendo por qué necesitaban la rejilla para un aterrizaje
suave.
- William
Arthur Prellen - dijo Wald -, Embajador para el Territorio Espacial de
Verdammt. Edad, veintisiete días, uno más, uno menos. Un poco crecido ya para
el cargo, pero es la mejor posibilidad que tenemos de establecer contacto con
los Unbekannt. Pretendemos ponerle en contacto con ellos con la suficiente
frecuencia y durante períodos de tiempo lo bastante prolongados como para que
su mente en formación les admita del mismo modo que a nosotros. ¿Qué pasa?
Parece usted un poco decepcionado... No me diga que acaba de darse cuenta de
que la A.T.E. no es un servicio tan cómodo como parece...
Recordando su
propia experiencia en contacto con los Unbekannt, Sinclair se sentía más bien
enfermo.
- Y, ¿cree usted
de veras que tienen una posibilidad de conseguir algo?
- Sólo una
posibilidad - dijo Wald -, y además peligrosa. Peligrosa para el joven Prellen
y para los que han traído aquí. Ésta podría ser la mayor victoria del almirante
Melk.
- Nunca lo
sabrá - dijo Sinclair -. Al menos, no lo sabrá por mí. Nunca imaginé que se
arriesgaran ustedes tanto.
- También se
han arriesgado los Unbekannt - dijo Wald -. ¿Recuerda aquel cristal que le
enseñé un día en mi oficina? ¿Le he dicho ya que crece un poco cada día? Sospecho
que es un embrión de Unbekannt. Su embajador ante nosotros, por así decirlo.
Todo parece indicar que hemos alcanzado ya ese primer punto de comprensión.
Edición
electrónica de Sadrac
Buenos Aires, Setiembre
de 2001